Deseaba algo de la tierra que no fuera producto del hombre, algo absolutamente separado de lo humano, de lo cual estaba harto. Deseaba algo puramente terrestre y absolutamente despojado de idea. Quería sentir la sangre corriendo de nuevo por mis venas, aún a costa de la aniquilación. Quería expulsar la piedra y la luz de mi organismo. Deseaba la oscura fecundidad de la naturaleza, el silencio. Quería ser esa noche que el ojo despiadado iluminaba, una noche esmaltada de estrellas y colas de cometas. Pertenecer a la noche, tan espantosamente silenciosa, tan absolutamente incomprensible y elocuente al mismo tiempo.
Verme desintegrado, despojado de la luz y de la piedra, variable como una molécula, duradero como el átomo, despiadado como la propia tierra…
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