miércoles, 20 de marzo de 2013

Nos movemos con los ojos cerrados y los oídos tapados: derribamos muros en los que hay puertas que esperan ser abiertas al tacto.



Deseaba algo de la tierra que no fuera producto del hombre, algo absolutamente separado de lo humano, de lo cual estaba harto. Deseaba algo puramente terrestre y absolutamente despojado de idea. Quería sentir la sangre corriendo de nuevo por mis venas, aún a costa de la aniquilación. Quería expulsar la piedra y la luz de mi organismo. Deseaba la oscura fecundidad de la naturaleza, el silencio. Quería ser esa noche que el ojo despiadado iluminaba, una noche esmaltada de estrellas y colas de cometas. Pertenecer a la noche, tan espantosamente silenciosa, tan absolutamente incomprensible y elocuente al mismo tiempo.
 Verme desintegrado, despojado de la luz y de la piedra, variable como una molécula, duradero como el átomo, despiadado como la propia tierra…



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